Todo el mundo en Gualeguaychú conoce la historia. Una casa rosada de dos plantas, con un balcón enorme en el primer piso. Y una leyenda que dice que ahí se aparece el fantasma de una chica que murió de amor.
El Museo Azotea Lapalma es esa casa. Y sí, la historia de Isabel Frutos es real. Pero hay mucho más que eso.
Esta casona se construyó en 1830. Fue la residencia de Francisco Lapalma, hijo del primer médico de Gualeguaychú. Durante 150 años vivieron varias generaciones de la familia acá. Pasaron cosas, algunas trágicas, otras simplemente raras.
Hoy es un museo municipal. Podés entrar gratis, recorrer las habitaciones, ver objetos de época, subir al primer piso. El lugar conserva el clima de una casa habitada, no es de esos museos asépticos con todo detrás de vitrinas.
La magnolia del patio es más vieja que la casa. Las escaleras crujen. Las paredes son gruesas, de adobe. Si te gustan los lugares con historia, este te va a copiar.
La historia real detrás del Museo Azotea Lapalma
La familia Lapalma y la construcción de la casa (1830)
Francisco Lapalma mandó a construir esta casa cuando se casó con Martina Carmona. No era cualquier tipo. Su padre, Juan Lapalma, había sido el primer médico de Gualeguaychú, llegado de Brasil en 1801.
La casa estaba en lo que entonces era campo, a las afueras del pueblo. Un predio de 45 hectáreas donde se trabajaba de todo: producción agrícola, ganadería, fabricación de escobas, velas, dulces artesanales.
De todo eso hoy solo quedan las habitaciones del casco principal y la cochera. El resto desapareció con el tiempo. La ciudad creció, el campo se urbanizó, y la Azotea quedó rodeada de casas.
Los Lapalma eran gente acomodada y culta. Tenían una de las bibliotecas más grandes de la ciudad. Su casa era un centro social donde se reunían personajes importantes de la época. El General Urdinarrain visitaba seguido.
Por qué se llama “La Azotea” de Lapalma
Porque literalmente tiene una azotea. En 1830 eso no era común en Gualeguaychú. La mayoría de las casas eran de una planta, techos de tejas a dos aguas.
Esta tiene planta baja, primer piso y azotea. Una construcción más sofisticada, de estilo que mezclaba lo colonial con influencias más urbanas.
Si mirás el balcón del primer piso, vas a ver las iniciales FL trabajadas en hierro. Francisco Lapalma. Están ahí desde que se construyó la casa.
La azotea era un espacio privado, de uso familiar. Desde ahí se veía todo el campo que rodeaba la casa. Y ahí es donde, supuestamente, pasan las cosas raras. Pero vamos por orden.

Isabel Frutos: la verdadera historia de “la niña que murió de amor”
Quién era Isabel Frutos realmente
Isabel Frutos Carmona nació en Gualeguaychú en 1837. Su padre, Benito Frutos, fue el primero en traer plantaciones de cítricos a Entre Ríos. Su madre, Petrona Carmona, era hermana de Martina (la dueña de la Azotea).
Familia de plata, posición social alta. Isabel tenía cuatro hermanas: Albana, Ignacia, Paulina y Rosa. Vivían en el centro de la ciudad, en una casa con azotea en la esquina de India Muerta y Suipacha (hoy San Martín y Perón).
Por lo que se sabe, Isabel era una chica normal de la burguesía local. Hasta que se enamoró de alguien que no correspondía a su clase social. Un joven jornalero que trabajaba en los campos de su padre, venido de Corrientes.
Los padres dijeron que no. En 1850 y pico eso era impensable. Una chica de familia acomodada no se casaba con un peón. Punto.
Qué pasó en la Azotea con Isabel
Cuando los Frutos se enteraron de que la relación iba en serio, tomaron una decisión drástica. Separaron a Isabel de sus hermanas y la enviaron a vivir con su tía Martina en la Azotea.
La idea era alejarla del chico y que se le pasara. El enamorado, herido en su dignidad, volvió a Corrientes.
Isabel no lo procesó bien. Se encerró en una de las habitaciones del primer piso y decidió dejarse morir. No comió. No bebió. Durante 15 días se negó a ingerir nada.
La familia intentó convencerla, pero no hubo caso. El 26 de febrero de 1856, Isabel murió. Tenía 19 años. En el acta de defunción dice: “natural de esta, soltera, como de diez y nueve años, muerta el día anterior”.
Así de literal fue. Se murió de inanición. De tristeza, de amor, de no poder con la situación. Llamalo como quieras.
La leyenda que nació después
Después de la muerte de Isabel, empezó a circular el rumor. Que se la veía en la azotea. Una silueta de mujer que caminaba por el balcón del primer piso.
Con el tiempo, la historia se fue agrandando. Que el fantasma de Isabel se aparecía de noche. Que lloraba. Que esperaba a su enamorado. Lo típico de una leyenda urbana que crece con cada generación que la cuenta.
Acá viene lo interesante: es muy probable que lo que la gente veía no fuera ningún fantasma, sino a Rosa Lapalma, la sobrina de Isabel. Pero esa historia la contamos más abajo, porque tiene su propia sección.
Lo cierto es que la leyenda quedó. Hoy en Gualeguaychú todo el mundo conoce la historia de “la niña que murió de amor”. Hay obras de teatro sobre el tema, el museo organiza visitas teatralizadas. Se transformó en parte de la identidad de la ciudad.

Olegario Víctor Andrade: el poeta que vivió en la Azotea
Por qué Andrade terminó viviendo acá
Olegario Víctor Andrade quedó huérfano en 1846. Tenía pocos años. Sus padres murieron y él se quedó con sus hermanos Wenceslao y Úrsula, que era apenas un bebé.
La familia Lapalma los adoptó. Eran parientes lejanos, y Francisco y Martina no dudaron en recibirlos. Los criaron como si fueran hijos propios.
Olegario creció en esta casa. Jugaba en el patio bajo la magnolia, aprendió a leer en la biblioteca de los Lapalma. Pasó su infancia y parte de su adolescencia acá.
Después se fue a estudiar al Colegio del Uruguay y terminó siendo uno de los poetas más importantes de Argentina. Periodista, político, escritor. Pero sus primeros versos los escribió en la Azotea.
Los versos que escribió para Isabel
Olegario e Isabel eran primos. Ella era mayor que él, pero se llevaban bien. Se trataban como hermanos.
Cuando Isabel murió, Olegario tenía unos 14 años. Le pegó fuerte. Escribió unos versos para ella, aunque no se conservan completos.
En el museo hay una sala con objetos y documentos relacionados con Andrade. Fotos, escritos, cosas que usó. Es un buen complemento a la Casa de Fray Mocho, que está dedicada solo a otro escritor de Gualeguaychú.
Lo que sí está claro es que la Azotea marcó a Andrade. En varias entrevistas que dio de adulto, mencionó la casa como un lugar importante de su formación. El patio, la biblioteca, las conversaciones con Francisco Lapalma.

Qué vas a encontrar en el Museo Azotea Lapalma
Recorrido por la planta baja
La planta baja tiene dos salas principales. En una están expuestos objetos de la vida cotidiana del siglo XIX: muebles, ropa, utensilios de cocina, herramientas.
Hay cosas que pertenecieron a la familia Lapalma y otras que fueron donadas por vecinos de Gualeguaychú. El museo funciona así: la gente trae objetos antiguos que tienen guardados en sus casas y el museo los incorpora a la colección.
También hay un archivo histórico con libros del Concejo Deliberante desde 1870 hasta ahora. Si te interesa investigar sobre la historia local, podés pedir consultar esos documentos.
Las exposiciones rotan. Cada tanto cambian las piezas que muestran, así que si vas dos veces en momentos distintos, no vas a ver exactamente lo mismo.
El primer piso y la habitación de Isabel
Para subir al primer piso hay una escalera de madera que cruje. Mucho. Es angosta y empinada, de esas que te hacen ir despacio.
Arriba hay varias habitaciones. Una de ellas es donde se encerró Isabel. Tiene una cama, un ropero, muebles de época. La ventana da al balcón que mira a la calle.
No es tétrica ni nada parecido. Es simplemente una habitación vieja con cosas viejas. Pero sabiendo la historia, te queda dando vueltas en la cabeza.
El balcón es enorme, ocupa todo el ancho de la fachada. Desde ahí se ve la calle empedrada, el barrio. Podés imaginarte a Isabel ahí, mirando hacia afuera, esperando algo que nunca llegó.
La misteriosa azotea
Acá viene la pregunta que todos hacen: ¿se puede subir a la azotea?
Depende del día y de quién te atienda. No siempre está abierta porque la escalera que va desde el primer piso hasta la azotea está medio deteriorada. Por razones de seguridad, a veces no dejan subir.
Si tenés suerte y podés subir, es un espacio pequeño, abierto, con vista a los techos del barrio. Nada del otro mundo en términos arquitectónicos. Pero bueno, es la azotea. La que dio nombre a la casa.
El patio y la magnolia centenaria
El patio de entrada es de los mejores espacios del museo. Tiene una magnolia gigante que, según dicen, es más antigua que la casa misma.
El árbol da sombra a casi todo el patio. En verano se llena de flores blancas que perfuman todo. Es un buen lugar para sentarse un rato después de recorrer las salas.
También hay un aljibe viejo, un arado que se usaba con bueyes, herramientas de campo. Cosas que quedaron de cuando esto era una chacra productiva.
En el fondo hay un galpón donde guardan más objetos: moldes de baldosas, aperos para caballos, libros enormes, planchas a carbón. Es como un depósito ordenado.

“El Museo No Duerme”: cuando la Azotea cobra vida de noche
Qué es este evento especial
Desde 2009 los museos de Gualeguaychú organizan un evento que se llama “El Museo No Duerme”. Es bastante simple: abren los museos de noche y los transforman en escenarios para teatro, música, danza.
La Azotea es uno de los protagonistas. Una o dos veces al año, generalmente en febrero, organizan una noche especial. El museo abre a las 20 o 21 hs con una propuesta diferente.
Puede ser una visita guiada teatralizada, donde actores vestidos de época te van contando las historias de la casa. O una velada musical en el patio. O recorridos a la luz de velas con relatos sobre Isabel y los personajes que vivieron acá.
En una edición hicieron “Noche de Misterio en la Azotea”, donde combinaban teatro clásico con recursos digitales. Los visitantes tenían que llevar celular y auriculares para una experiencia inmersiva.
Otra vez trajeron el Circo Rojas completo, con trapecistas, payasos, malabaristas. Armaron todo en el patio y en las salas había una exposición de trajes circenses antiguos.
Cuándo se hace y cómo participar
No hay un calendario fijo. El evento se hace cuando hay presupuesto y cuando arman una buena propuesta cultural. Puede ser una vez al año o tres, depende.
Lo mejor es seguir las redes sociales de la Municipalidad de Gualeguaychú o del museo mismo. Ahí avisan con anticipación cuándo va a ser la próxima edición de “El Museo No Duerme”.
La entrada siempre es libre y gratuita. No tenés que reservar nada, llegás y entrás. Aunque si va mucha gente, a veces te hacen esperar un rato porque las visitas guiadas salen cada 30 minutos.
La experiencia de visitarlo de noche
Recorrer la Azotea de día es una cosa. De noche es otra completamente distinta.
La casa se ilumina con velas y luces tenues. Las sombras en las paredes, las escaleras que crujen más fuerte cuando no hay luz natural. Todo se amplifica.
Si te toca una visita teatralizada, tenés actores caracterizados como Isabel, Olegario, Francisco Lapalma. Te cuentan las historias en primera persona, como si estuvieras en 1850.
En el patio arman un escenario improvisado. La música en vivo bajo la magnolia, con la casa rosada de fondo iluminada. Es de esas cosas que quedan bien en la memoria.

Otras historias que guarda la Azotea
Rosa Lapalma: la última habitante que todos confundían con un fantasma
Acá está la parte que casi nadie sabe. Rosa Lapalma era sobrina de Isabel. Hija de Rosa madre (hermana de Isabel) y Pedro Lapalma (hijo de Francisco).
Rosa vivió en la Azotea junto con su hermana María, que sufría una enfermedad psiquiátrica grave. Durante años Rosa la cuidó. Tratamientos con medicamentos, electroshock, las cosas que se hacían en esa época.
También estaba su hermano Pedro, que terminó suicidándose de un disparo en la cabeza. No se sabe bien por qué, pero la casa empezó a acumular tragedias.
Cuando María murió, Rosa quedó sola. Ya era una mujer mayor, cansada de la vida que le había tocado. Decidió encerrarse en el primer piso y no tener contacto con nadie.
Durante 30 años, desde principios del 1900 hasta 1933, Rosa vivió enclaustrada en la planta alta. La escalera se fue deteriorando y casi no bajaba. Se iluminaba con velas. Recibía correspondencia de sus sobrinos y ellos le mandaban viandas.
Los vecinos la veían desde la calle. Una mujer con el pelo muy largo, moviéndose por el balcón del primer piso. Las uñas tan largas que no podía firmar los remitos del correo. Parecía un personaje de película de terror.
Y ahí está el tema: mucha gente que juraba haber visto el fantasma de Isabel en realidad estaba viendo a Rosa. Una anciana solitaria viviendo en una casa que se caía a pedazos, rodeada de quintas abandonadas.
Cuando los chicos se metían a robar fruta, se encontraban con esta mujer misteriosa en las ventanas del primer piso. Salían corriendo, convencidos de que era un espectro.
La leyenda de Isabel se mezcló con la historia real de Rosa. Y así fue como la Azotea se ganó la fama de casa embrujada.
El parecido increíble de Francisco Lapalma con Abraham Lincoln
En una de las salas hay un retrato de Francisco Lapalma pintado por Amadeo Gras, un fotógrafo y artista de la época.
Cuando lo ves, te pega. Es idéntico a Abraham Lincoln. El mismo perfil, la misma barba, hasta la expresión es parecida.
No tiene ninguna explicación racional. Francisco Lapalma era entrerriano, hijo de brasileños. Lincoln era estadounidense. No hay ninguna conexión entre ellos más allá de que vivieron en la misma época.
Pero el parecido existe. Los guías del museo siempre lo remarcan en las visitas porque es de esas curiosidades que no esperás encontrar.
Consejos para tu visita a la Azotea Lapalma
Mejor momento para ir
La casa no tiene aire acondicionado. Es una construcción de 1830 con paredes gruesas de adobe, que algo ayuda, pero en pleno verano te va a hacer calor.
Si vas entre diciembre y febrero, andá temprano. El horario de la mañana (9 a 12) es más llevadero. A la tarde, aunque abren más tarde que en invierno, igual hace calor adentro.
Los miércoles y jueves hay menos gente. Los fines de semana se llena un poco más, sobre todo en temporada alta cuando hay turistas en la ciudad.
En invierno es más cómodo. La casa mantiene bien la temperatura y podés recorrer tranquilo sin sudar la camiseta.
Qué más hacer cerca del museo
El museo está en un barrio residencial tranquilo. No es una zona con mucho movimiento comercial como el centro.
Pero los terceros domingos de cada mes se arma el “Pasaje Azotea” en la calle de enfrente. Es una feria de antigüedades inspirada en San Telmo. Puestos con objetos viejos, muebles, libros, monedas, de todo.
Si coincidís con ese domingo, aprovechá. El museo abre durante la feria y podés hacer las dos cosas: recorrer la Azotea y después chusmear los puestos.
Para combinar con otros museos, la Casa de Fray Mocho está a unas 10 cuadras. Podés hacer los dos en la misma salida si te organizás bien con los horarios.
Desde la Azotea hasta el centro son 15 minutos caminando. Pasás por barrios lindos, con casas antiguas. No es una caminata pesada.
Un dato que pocos saben
La calle San Luis, justo frente al museo, conserva el empedrado original. Es de las pocas calles empedradas que quedan en Gualeguaychú.
La municipalidad la puso en valor hace poco. Arreglaron las veredas, limpiaron el empedrado, mejoraron la iluminación.
Para fotos queda muy bien. La casa rosada con el balcón, la calle empedrada, la magnolia que se asoma por el frente. Es una postal típica de Gualeguaychú.
Información práctica para visitar el Museo Azotea Lapalma
Horarios de apertura (actualizados)
Los horarios cambian según la época del año:
Temporada baja (marzo a diciembre):
- Miércoles a domingo: 9 a 12 hs
- Miércoles a sábado: 15:30 a 18:30 hs
Temporada alta (enero y febrero):
- Miércoles a domingo: 9 a 12 hs
- Miércoles a sábado: 17 a 20 hs
Los lunes y martes está cerrado. Los feriados a veces abren, pero mejor chequeá antes de ir.
El teléfono del museo es (03446) 437028. Si tenés dudas sobre horarios o querés confirmar que esté abierto, llamá.
Ubicación y cómo llegar
La dirección es San Luis y Jujuy. Está en un barrio residencial, a unas 8 o 10 cuadras de la plaza San Martín, yendo hacia el noroeste.
No está en el centro histórico como la Casa de Haedo. Tenés que caminar un poco o ir en auto.
Si vas caminando desde la plaza, son unos 15 minutos tranquilos. Agarrás por San Luis hacia el oeste y llegás.
Hay lugar para estacionar en la calle. No es una zona complicada, hay poca circulación de autos.
La visita es gratuita
Como todos los museos municipales de Gualeguaychú, la entrada es libre y gratuita. No pagás nada.
El recorrido te puede llevar entre 45 minutos y una hora, dependiendo de cuánto te detengas en cada sala y si te toca visita guiada.
Podés sacar fotos sin problema. No hay restricciones con eso.

Visitas guiadas: cómo reservar
Si vas en horario normal, a veces hay personal del museo que te puede hacer una visita guiada. Depende del día y de si hay gente disponible.
Para grupos, escuelas o contingentes turísticos, sí o sí hay que reservar con anticipación. Llamás al teléfono del museo y coordinás.
La visita guiada vale la pena. Te cuentan detalles que no están en los carteles, anécdotas, historias de la familia Lapalma. Es otra experiencia.
Si vas solo y sin reserva, igual podés recorrer tranquilo. El museo tiene señalización y carteles explicativos.
Consejos para tu visita a la Azotea Lapalma
Mejor momento para ir
La casa no tiene aire acondicionado. Es una construcción de 1830 con paredes gruesas de adobe, que algo ayuda, pero en pleno verano te va a hacer calor.
Si vas entre diciembre y febrero, andá temprano. El horario de la mañana (9 a 12) es más llevadero. A la tarde, aunque abren más tarde que en invierno, igual hace calor adentro.
Los miércoles y jueves hay menos gente. Los fines de semana se llena un poco más, sobre todo en temporada alta cuando hay turistas en la ciudad.
En invierno es más cómodo. La casa mantiene bien la temperatura y podés recorrer tranquilo sin sudar la camiseta.
Qué más hacer cerca del museo
El museo está en un barrio residencial tranquilo. No es una zona con mucho movimiento comercial como el centro.
Pero los terceros domingos de cada mes se arma el “Pasaje Azotea” en la calle de enfrente. Es una feria de antigüedades inspirada en San Telmo. Puestos con objetos viejos, muebles, libros, monedas, de todo.
Si coincidís con ese domingo, aprovechá. El museo abre durante la feria y podés hacer las dos cosas: recorrer la Azotea y después chusmear los puestos.
Para combinar con otros museos, la Casa de Fray Mocho está a unas 10 cuadras. Podés hacer los dos en la misma salida si te organizás bien con los horarios.
Desde la Azotea hasta el centro son 15 minutos caminando. Pasás por barrios lindos, con casas antiguas. No es una caminata pesada.
Un dato que pocos saben
La calle San Luis, justo frente al museo, conserva el empedrado original. Es de las pocas calles empedradas que quedan en Gualeguaychú.
La municipalidad la puso en valor hace poco. Arreglaron las veredas, limpiaron el empedrado, mejoraron la iluminación.
Para fotos queda muy bien. La casa rosada con el balcón, la calle empedrada, la magnolia que se asoma por el frente. Es una postal típica de Gualeguaychú.

Preguntas frecuentes sobre el Museo Azotea Lapalma
¿Es verdad que está embrujado?
No. La leyenda existe, pero el museo no es un lugar de terror ni nada parecido.
Lo que pasó es que durante décadas corrió el rumor de que se aparecía el fantasma de Isabel. Como expliqué antes, mucho de lo que la gente veía era en realidad a Rosa Lapalma, la última habitante.
Hoy el museo está bien cuidado, con personal trabajando, visitantes entrando y saliendo. No tiene nada de tenebroso salvo que vayas de noche al evento especial y te metan en clima con velas y teatro.
¿Se puede subir a la azotea?
Depende. No siempre está habilitada porque la escalera desde el primer piso tiene problemas estructurales.
Si vas y tenés suerte, puede que te dejen subir. Pero no te aseguro nada. Lo mejor es preguntar cuando llegues.
De todas formas, la azotea en sí no es la gran cosa. Es un espacio chico, abierto, sin nada particular. El atractivo es más simbólico que otra cosa.
¿Cuánto dura la visita?
Entre 45 minutos y una hora si hacés todo el recorrido con calma. Planta baja, primer piso, patio, galpón del fondo.
Si vas con visita guiada puede extenderse un poco más, hasta hora y media.
Es un museo chico. No vas a necesitar medio día como en museos grandes de capital. En una mañana lo ves tranquilo y te queda tiempo para hacer otra cosa.
¿Es apto para niños?
Sí, pero depende de la edad y el interés del chico.
Para menores de 8 o 9 años puede que se aburran. Es un museo histórico con objetos de época, muebles viejos, ropa antigua. No hay cosas interactivas ni actividades pensadas para chicos.
La escalera al primer piso es empinada y angosta. Si vas con un nene muy chico que recién camina, vas a tener que llevarlo en brazos o cuidarlo mucho.
La leyenda de Isabel puede engancharlos si les gusta ese tipo de historias. Pero no esperes que se entretengan dos horas acá.
¿Hay baño y aire acondicionado?
Hay baño, sí. No es lujoso pero está limpio y funciona.
Aire acondicionado no hay. Es una casa antigua que funciona como museo. Conservan la estructura original y meter aire sería complicado.
En verano hace calor. Andá preparado para eso. Llevá agua y no vayas con ropa pesada.

Conclusión
El Museo Azotea Lapalma tiene una leyenda que todos conocen. Pero lo interesante está en las historias reales que guarda la casa.
Isabel Frutos existió, se encerró en esa habitación y murió de inanición en 1856. Olegario Víctor Andrade vivió ahí de chico y se convirtió en uno de los poetas más importantes del país. Rosa Lapalma pasó 30 años sola en el primer piso y la gente la confundía con un fantasma.
Todo eso pasó en esta casona de 1830. No son cuentos ni invenciones para turistas.
Si estás en Gualeguaychú, vale la pena pasar. La entrada es gratis, el recorrido es corto, y salís sabiendo un poco más sobre la historia de la ciudad.
Y si tenés suerte de ir cuando hacen “El Museo No Duerme”, mejor. Es la forma más linda de conocer la Azotea.